La ingeniería moral del neoliberalismo

The moral engineering of neoliberalism

Ernesto Ramírez
Analéctica, México

Analéctica

Arkho Ediciones, Argentina

ISSN-e: 2591-5894

Periodicidad: Bimestral

vol. 3, núm. 22, 2017

revista@analectica.org

Recepción: 03 Enero 2017

Aprobación: 25 Abril 2017



DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.4263360

Resumen: El neoliberalismo es el cáncer de la humanidad. Cualquier conjunto de ideologías y políticas conlleva necesariamente preferencias sobre el mejor estilo de vida, del mismo modo que todo criterio político sobre lo que constituye una vida digna establece prioridades que sirven como guía a la hora de tomar decisiones y llevar a cabo acciones. Toda política económica está, entonces, en mayor o menor medida, revestida de una ideología y de una visión del mundo; por ende, el neoliberalismo se sustenta en unos valores morales que refuerzan la asimilación social- o la resistencia -hacia los mismos.

Palabras clave: neoliberalismo, ingeniería moral, ideología.

Abstract: Neoliberalism is the cancer of humanity. Any set of ideologies and policies necessarily carries with it preferences about the best lifestyle, just as any political criterion on what constitutes a dignified life establishes priorities that serve as a guide when making decisions and taking actions. All economic policy is, then, to a greater or lesser extent, clothed with an ideology and a vision of the world; therefore, neoliberalism is based on moral values ​​that reinforce social assimilation - or resistance - towards them.

Keywords: neoliberalism, moral engineering, ideology.

El neoliberalismo es el cáncer de la humanidad. Cualquier conjunto de ideologías y políticas conlleva necesariamente preferencias sobre el mejor estilo de vida, del mismo modo que todo criterio político sobre lo que constituye una vida digna establece prioridades que sirven como guía a la hora de tomar decisiones y llevar a cabo acciones. Toda política económica está, entonces, en mayor o menor medida, revestida de una ideología y de una visión del mundo; por ende, el neoliberalismo se sustenta en unos valores morales que refuerzan la asimilación social- o la resistencia -hacia los mismos.

La forma de entender la economía de cada escuela del pensamiento económico, está basada, ni más ni menos, en una idea del hombre, en una idea de la sociedad humana y sus fines últimos, que tienen que estar, por tanto, sustentados en una ética, en una manera de entender las acciones humanas y los fines de las mismas. En este sentido, ninguna escuela o corriente de pensamiento económico puede ser aséptica, ni desvincular el nexo orgánico existente entre la vida y los valores humanos. El neoliberalismo trata de ocultar que actúa bajo estas premisas.

El sustrato ideológico articulado bajo premisas morales globalizantes que el capitalismo moderno ha considerado siempre prioritarias toman su cuerpo también en el neoliberalismo económico, que a sí mismo se presenta como ruptura en el tiempo, como el inicio de una época radicalmente distinta a la organización social anterior: por tanto, proclama su autonomía respecto del pasado para ganar la libertad de construir nuevas formas de vida y nuevas instituciones, a la par que rechaza en alguna medida las comparaciones históricas porque no le favorecen. Como en el monoteísmo, no se admite y se descarta toda competencia doctrinaria. Ese es el sentido de la frase “el fin de la historia”, que anuncia el triunfo del capitalismo neoliberal sobre el socialismo y sobre cualquier otro régimen político alternativo en que pudiera pensarse. Por ello esta doctrina es, ante todo, utópica; una teoría de prácticas político-económicas que afirma que la mejor manera de promover el bienestar del ser humano consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y de las libertades empresariales del individuo dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada, fuertes mercados libres y libertad de comercio.

Lo que aparenta ser una simple doctrina económica nos revela después (de manera sutil o explícita si así lo requieren los intereses de las élites), su interconexión con las demás estructuras-que antes denominábamos modos de producción: social, cultural, político, jurídico…- cuando se trata de la construcción de una hegemonía dominante: la ideología permea dichas estructuras, las moldea, las condiciona y las reviste de una intención e interpretación filosófica del mundo, que en el caso del capitalismo se orienta hacia una utópica y absurda mercantilización de la totalidad existencial y material. La educación no puede - sobre todo la educación formal sistémica-, abstraerse de todo el complejo entramado socioeconómico y cultural que le da vida y sentido, aunque se trate de convencernos de lo contrario desde diversos sectores.

Sea en materia política, institucional, social, macroeconómica o microeconómica, México y quizá buena parte de América Latina vienen cediendo al automatismo de los mercados y a los cerrojos del estado neoliberal de derecho, la facultad de determinar la evolución de los países y la suerte de las personas. La utopía neoliberal quisiera prescindir de la idea vertebral de la libertad humana: la capacidad individual y, sobre todo colectiva de determinar, construir un mejor futuro para todos. De facto, el neoliberalismo sustituye los dogmas del autoritarismo o de la religión por un dogma civil, más burdo o más sutil, pero ciertamente deshumanizado. Por tanto, habrá que sacar a la luz, más deprisa, las ficciones ideológicas que nos envuelven, para devolver cuanto antes el papel rector a la política. El mercado no siempre funciona con sabiduría ni suele ver a distancia; la intervención estatal puede errar, pero no siempre se equivoca cuando refleja genuinamente la voluntad colectiva. Estado y mercado no se excluyen entre sí: son instrumentos indispensables en la tarea de hermanar democracia y desarrollo en la supresión paulatina del sufrimiento innecesario de grandes grupos de la población latinoamericana.

La educación hoy, querámoslo o no, todavía no se ha desprendido de los ideales emanados de la filosofía de la Ilustración dieciochesca de corte liberal. En ese entonces, como relata el recientemente fallecido Zygmunt Bauman (2015), el “proyecto de ilustración” otorgaba a la cultura (entendida como actividad semejante al cultivo de la tierra) el estatus de herramienta básica para la construcción de una nación, un Estado y un Estado-nación, a la vez que confiaba esa herramienta a las manos de la clase instruida. Entre ambiciones políticas y deliberaciones filosóficas, pronto cristalizaron dos metas gemelas de la empresa de ilustración en el doble postulado de la obediencia de los súbditos y la solidaridad entre compatriotas. Después, la perspectiva de colonizar dominios lejanos demostró también ser un potente estímulo para la idea iluminista de la cultura y dotó la misión proselitista de una dimensión completamente nueva que abarcaba en potencia al mundo entero.

La relectura de las nociones de sentido común y de bloque histórico de Gramsci es valiosa para comprender la irrupción del neoliberalismo en la esfera de la cultura. Gramsci, sobre la base del leninismo, se refería con el nuevo bloque histórico al nacimiento de una alternativa de poder, con todo su sistema de alianza de clases, en el seno de la sociedad capitalista occidental. Se puede decir que la revolución de octubre de 1917 tiene un valor “metafísico” en la medida que es el acontecimiento mundial que marca el nacimiento de nuevas formas de juicio en el seno del pueblo, la creación de un nuevo sentido común, o sea, una nueva forma de conocimiento, de conciencia y de sentido popular.

Siguiendo esta idea, pero de manera “ideológicamente invertida”, el neoliberalismo aspiraría a la confirmación histórica de un nuevo bloque, de un nuevo sentido común favorable a sus intereses ontológicos, que no necesariamente coinciden, como en Gramsci, con los de la gran mayoría de la clase subalterna educada por una hegemonía dirigente y no dominante.

A menudo nos referimos al sentido común como “inteligencia innata normal.” Esta definición presenta dos conceptos importantes. Uno es que el sentido común puede llegar a ser “naturalizado” en la vida de las personas como algo normal que hacemos o deberíamos hacer para salir adelante, sobrevivir o prosperar. Es la forma normal de hacer las cosas, la forma normal de ser humano. Sin embargo, y aunque parezca contradictorio, la idea del sentido común también se basa en comprensiones y valores culturalmente compartidos. Es decir, el sentido común es variable entre culturas. Los procesos de la globalización han cruzado fronteras, impactando y creando marcos relativamente similares entre culturas y, por lo tanto, dando lugar a la aplicación de las nociones del sentido común en la política educativa y la práctica en todo el mundo.

Cabe destacar, no obstante, que el sentido común como un recurso retórico es diferente del sentido común como una herramienta conceptual o práctica de la transformación. Es decir, un sentido común establecido, el sentido común liberal progresista- ¿cuándo ha sido progresista? -, mejor clásico, ha sido sustituido por otro sentido común alternativo: el nuevo sentido común neoliberal ha ido desplazando al primero. A pesar del fracaso de la economía política del neoliberalismo, la política de la cultura que ha impulsado está firmemente en su lugar. De hecho, no es demasiado arriesgado afirmar que ahora tenemos al menos una o quizás dos generaciones de jóvenes que han crecido y han sido educados bajo un sentido común neoliberal que se ha infiltrado- y se infiltra- en la mayoría de los modelos de gobernanza, así como en las instituciones educativas, incluyendo la política de la cultura en general.

Tal y como predica el neoliberalismo hoy, trescientos años después, los liberales clásicos creían que el cambio social solamente se podía llevar a cabo a través de la evolución de un sistema económico sin trabas, en el que prosperarían las libertades individuales y la productividad económica. Dentro de este marco, cualquier otra fuente de cambios sociales era-y es, desde el pensamiento absolutista de la nueva derecha-, impensable.

En definitiva, el neoliberalismo se puede considerar como un nuevo bloque histórico y un nuevo sentido común que no significa solamente una alianza o una coalición, ni es reducible a una cuestión puramente económica o financiera: es, como ha dicho Walter Mignolo, el programa político-moral de un proyecto civilizatorio. A este proyecto lo vertebran dogmas de pretensiones globalizantes-dominantes deshumanizadoras; por ello, en realidad son anti-valores porque no están concebidos para la búsqueda del bien común y de la satisfacción de las necesidades humanas de toda la comunidad, sino de una mínima porción de individuos que es propietaria de los medios de producción y dominante en las políticas de los sistemas democráticos.

Laissez faire a cualquier precio; desregulación estatal a cualquier precio; privatización por doquier; libertad pero excluyente y discriminatoria; desigualdad clasista como principio organizador de la existencia; individualismo posesivo; utilitarismo como razón instrumental; competencia feroz como virtud; fetichismo enajenante y culto ciego al dinero; acumulación sistémica por desposesión; violencia estructural; destrucción de derechos sociales conquistados históricamente; demonización de la solidaridad; intolerancia y racismo cultural; inconsciencia ecológica; terrorismo de Estado y necropolítica; corporativización ideológica de los medios de comunicación; inducción del miedo culpabilizante provocado por la maximización de la flexibilización y precariedad de la fuerza de trabajo…

Todo ello, confiere un cuerpo mortalmente cancerígeno a la ingeniería moral del capitalismo y a una nueva subjetividad ideológica, la neoliberal, que quisiera- de manera utópica- tener la envoltura imposible de una verdad objetiva.

Me gustaría finalizar este pequeño ensayo con unas palabras del profesor camerunés Achille Mbembe (2016):

En su núcleo, la democracia liberal no es compatible con la lógica interna del capitalismo financiero. Es probable que el choque entre estas dos ideas y principios sea el acontecimiento más significativo del paisaje político de la primera mitad del siglo XXI, un paisaje formado menos por la regla de la razón que por la liberación general de pasiones, emociones y afectos. En este nuevo paisaje, el conocimiento se definirá como conocimiento para el mercado. El mercado mismo será re-imaginado como el mecanismo primario para la validación de la verdad. A medida que los mercados se convierten cada vez más en estructuras y tecnologías algorítmicas, el único conocimiento útil será algorítmico. En lugar de gente con cuerpo, historia y carne, las inferencias estadísticas serán todo lo que cuenta. Las estadísticas y otros datos importantes se derivarán principalmente de la computación. Como resultado de la confusión de conocimiento, tecnología y mercados, el desprecio se extenderá a cualquier persona que no tenga nada que vender.

Bibliografía

Bauman, Z. (2015). La cultura en el mundo de la modernidad líquida. México: Fondo de Cultura Económica.

Mbembe, A. (2016). “La era del humanismo está terminando”. Mail & Guardian, Sudáfrica, «The age of humanism is ending». http://contemporaneafilosofia.blogspot.in/2016/12/achille-mbembe-la-era-del-humanismo.html. Consultado el 6 de enero de 2017.

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