Por una nueva forma de contrato social
For a new form of social contract
Analéctica
Arkho Ediciones, Argentina
ISSN-e: 2591-5894
Periodicidad: Bimestral
vol. 7, núm. 48, 2021
Mariscal Ureta Karla Elizabeth. Vulnerabilidades y desafíos. Nuevas formas de envejecer desde el desarrollo. 2020. Ciudad de México. Universidad Autónoma de Querétaro-Ediciones Navarra. 166pp. |
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Recepción: 08 Junio 2021
Aprobación: 23 Agosto 2021
Resumen: Vulnerabilidades y desafíos es un libro de lectura accesible e interesante. Es una obra que desde su título coloca a los lectores frente a un triple desafío, ya que problematiza varios campos que por sí solos valdrían la pena discutir. Este es el caso de la cuestión del desarrollo, así como de la cuestión de la vulnerabilidad, que no solo es específica de los grupos de la tercera edad, sino que es útil para la comprensión del impacto de provoca en los grupos sociales que padecen más que otros la situación de exclusión. Finalmente, en la obra aparece la cuestión de las llamadas “nuevas formas de envejecer”, lo que supone un enorme debate sobre los problemas que importarán esas formas para las políticas públicas que exigirán en el mediano plazo.
Palabras clave: Vulnerabilidad, Envejecer, Desarrollo.
Abstract: Vulnerabilities and Challenges is an accessible and interesting reading book. It is a work that, from its title, places readers in front of a triple challenge, since it problematizes various fields that alone would be worth discussing. This is the case of the development issue, as well as the issue of vulnerability, which is not only specific to older age groups, but is also useful for understanding the impact it causes on social groups that suffer more. than others the situation of exclusion. Finally, in the work the question of the so-called “new ways of aging” appears, which supposes a huge debate about the problems that these forms will import for the public policies that they will demand in the medium term.
Keywords: Vulnerabilities, Aging, Developtment.
Vulnerabilidades y desafíos es un libro de lectura accesible e interesante. Es una obra que desde su título coloca a los lectores frente a un triple desafío, ya que problematiza varios campos que por sí solos valdrían la pena discutir. Este es el caso de la cuestión del desarrollo, así como de la cuestión de la vulnerabilidad, que no solo es específica de los grupos de la tercera edad, sino que es útil para la comprensión del impacto de provoca en los grupos sociales que padecen más que otros la situación de exclusión. Finalmente, en la obra aparece la cuestión de las llamadas “nuevas formas de envejecer”, lo que supone un enorme debate sobre los problemas que importarán esas formas para las políticas públicas que exigirán en el mediano plazo.
El texto es una obra bien fundamentada desde el punto de vista teórico y metodológico, a lo que hay que agregar que es un trabajo bien escrito. Decir que está bien escrito es sostener, a su vez, que es un texto que se lee rápido. La rápida lectura, sin embargo, no quiere decir que sea un texto simple. Al contrario, es un texto exigente, profundo y complejo, que resulta necesario para nuestro medio académico, legislativo e institucional. Sobre todo, porque uno de los problemas públicos centrales que tenemos en México está supeditado a los modos en cómo estamos envejeciendo; particularmente estamos necesitados de comprender las maneras de hacerle frente a ese proceso, tanto por parte del Estado como de la sociedad en su conjunto, pero también de manera individual.
Esta articulación tripartita que ofrece la autora al ponderar la cuestión del envejecimiento como problema estatal-institucional, por un lado, y por el otro, como problema social es central en los debates públicos de nuestros días. ¿Por qué? Por un lado, el envejecimiento es un problema crucial del Estado en el sentido de que se ha revelado como una suerte de efecto perverso del incremento eficaz de los soportes que detonan la calidad de vida. Como es sabido, la longevidad en una sociedad es desde hace mucho tiempo un indicador de bienestar y, por extensión, de calidad de vida. Vivir cada vez “más” tiempo y envejeciendo “bien”, es el resultado de la adecuación de ciertas condiciones sociales, económicas, políticas e institucionales con un desarrollo biográfico adecuado en un arco temporal medianamente largo. Estas condiciones van de la salud psíquica, que es el indicador por excelencia del bienestar subjetivo, a la salud corpórea y llegan a la salud sentimental. Asimismo, pasan por la construcción de un conjunto de actividades propias para la dignificación de los adultos mayores, así como para aprovechar esa suerte de “re-funcionalización” de su “saber-hacer”. A ello, se le agregan los indicadores básicos como los de vivienda digna o educación gratuita y libre, etcétera.
Haciendo un poco de historia, me parece que lo anterior está conectado con la gran parábola de las clases trabajadoras que fueron actores de primera línea a lo largo del siglo pasado, donde sus luchas supusieron una constante exigibilidad por derechos sociales, políticos y económicos. No fue un proceso rápido, sino lento y cargado de contradicciones, confrontaciones y conflictos sociales, algunos de las cuales hoy se están extinguiendo poco a poco. (Al respecto, véase el texto hoy clásico sobre este fenómeno de Alesandro Pizzorno y Colin Crouch, The Resurgence of Class Conflict in Western Europe Since 1968, 2 vols., 1978).
En este sentido, quizá sea oportuno colocar el libro de Mariscal Ureta en una perspectiva más amplia, donde se pueden abordar los efectos jurídicos e institucionales, por un lado, y sociales y subjetivos, por el otro, del significado profundo del pasaje del siglo XX al siglo XXI, justo cuando la longevidad aparece como un indicador de bienestar subjetivo y material. Un indicador que importó una paradoja que devela a su vez la importancia del Estado como una entidad necesaria donde cae la relación entre envejecimiento y desarrollo.
¿Cuál es la paradoja? Entre más longeva se vuelve una sociedad, es más evidente que asistimos a un decrecimiento de la competencia institucional para responder a las encrucijadas que una sociedad en vías de envejecimiento exige al Estado. Al respecto, quizá el problema de las pensiones, tópico también abordado en el libro, sea el gran desafío de la ecuación apenas referida. Los sistemas de previsión social fueron rebasados por el aumento de la expectativa de vida, ya que no se hizo la previsión de que la longevidad caminaba en una curva ascendente, no al contrario. Quiere decir que vivimos más tiempo, y esto supone más años de erogación de una pensión, con lo que el techo de endeudamiento estatal para cubrir esas erogaciones es insuficiente. Hoy ya no solo tenemos que dejar el puesto de trabajo a los que vienen detrás de nosotros, sino que tenemos que morirnos “a tiempo” para no producirle más problemas estructurales al Estado. En este sentido, no es exagerado decir que asistimos a un colapso del sistema de pensiones, porque tenemos un enorme déficit entre el número de trabajadores que salen del mercado de trabajo respecto al número de trabajadores que ingresan a reemplazarlos, y que alimentan proporcionalmente los fondos de pensiones tanto de los que están saliendo como de los que saldrán en el futuro próximo. Aquí nos metemos en una de las grandes discusiones de las ciencias sociales a nivel global. Aún seguimos buscando la formula que nos permita descifrar el dilema. Atañe sobre todo, además de su aspecto técnico, a la manera en cómo se diseñan los futuros dentro de las sociedades, ya que ahí está la clave, dice la autora, de “envejecer desde el desarrollo”.
Vulnerabilidades y desafíos. Nuevas formas de envejecer desde el desarrollo, es un recordatorio de la relevancia de la relación entre envejecimiento-democracia, envejecimiento-desarrollo y envejecimiento-vida en sociedad. También nos coloca en otra vertiente, que es la de la fragilidad del envejecimiento en una sociedad como la nuestra. Es evidente que todas las sociedades actuales muestran más o menos síntomas parecidos, pero en nuestro país aquellos se potencian. No podemos cerrar los ojos frente a esta realidad. Somos una sociedad en vías de envejecimiento, que muestra sus primeros síntomas de ruptura entre generaciones. Cada vez nacen menos y cada vez habrá un problema de gestión pública de los “viejos”, con lo que supone además una reducción continua de la población, probablemente no tan drástica como la que hoy manifiestan diversas sociedades europeas, aunque significativa como para no desdeñarla.
Por lo demás, hay que agregar que el proceso de envejecimiento de nuestra sociedad tiene lugar en medio de la reproducción ampliada de un modelo basado en el vitalismo juvenil. Con este término no aludo a la “alegría de la vida”, más bien al significado profundo que tiene para una sociedad que se encuentra fundada en una extrema vitalidad juvenil, a la que todos los grupos sociales terminan expuestos, incluyendo una pertinaz biopolitización de la existencia. Por ejemplo, la muestra más palpable es el uso del cuerpo como mera mercancía, que se consume, intercambia y desecha.
La biopolitización de la existencia supone adherirse a un paradigma soportado en una intensa rentabilidad de la juventud. Es aquí, a mi juicio, donde este texto cubrirá un espacio importante, no solo intelectual o académico, sino también social. Es un libro que la autora tendrá la obligación de hacerlo llegar a los que estamos interesados en los temas incluidos en sus contenidos, así como a consejeros electorales, tomadores de decisiones de los tres niveles de gobierno, y particularmente a los que se ocupan del diseño y puesta en marcha de la política social. La agenda de la tercera edad respecto a la cuestión democrática mexicana es central para el dibujo de nuevas maneras de participación (es una de las cuestiones discutidas en el capítulo 5).
La lectura me lleva a otro punto por comentar: el papel que juega la universidad en la cuestión de la vulnerabilidad. ¿Qué rol juega respecto al problema de la vulnerabilidad? Sin duda, un papel protagónico. En particular, frente a la fragilidad y la lógica del daño intrínseco en la condición de envejecimiento, la universidad pudiera ser una palanca para contrarrestarlas, por lo menos en el campo del involucramiento y atendibilidad de esas condiciones con la promoción de la realización del derecho a tener derechos, lo que se traduciría en una exigencia por la ampliación de las opciones actuales de envejecimiento. Dentro de esas opciones, hay algunas que son perniciosas, como el consumo exponencial, ante la cual la sociedad democrática es estimulada en todos sus sentidos (olfato, gusto, tacto, vista, oído, etcétera). Precisamente hace que cambien por completo las concepciones de construcción de futuros habitables para todas y todos. Entonces, el papel que juega la universidad es necesario, porque resulta ser una entidad que acompaña este proceso y coadyuva en su resolución.
Finalmente, no hay que olvidar el lugar que ocupa el envejecimiento como problema público en la democracia. Coincido con la autora cuando sugiere que debemos ir al encuentro de “un nuevo contrato social que garantice seguridad, bien común y justicia” para todas y todos, pero principalmente para los grupos con mayor vulnerabilidad. Aún podemos empezar a construir esta nueva forma de mirarnos, y ojalá que así sea.